Allí estaba él, tumbado en su terraza. Notaba el viento afilado cargado de navajas, notaba el sabor de su ausencia en cada inestable ráfaga.
Y se hartó.
Empuñó con rabia la que siempre fue su mejor y más mordaz arma. Se dispuso a escribir, a enterrar las sombras de lo que un día brilló como la supernova más magnánima.
Y justo antes de empezar se dio cuenta de cómo enterrala.
Cerró su libreta.
Ahora o nunca
Hace 1 año
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